9.02.2007

Sonreía a las mujeres siempre que caminaba por las calles de la gran ciudad. Había
acordado consigo mismo, hace ya algún tiempo, ser caballero con el sexo opuesto. Se
diferenciaba del resto: Como los piropos no iban con su estilo, regalaba sonrisas a
cada doncella que se le cruzaba; siempre cordialmente. Algunas se sonrojaban y otras
devolvían la sonrisa con más o menos timidez. Definitivamente sus cualidades lo hacían un hombre muy masculino y atractivo.
Una vez, notó que había una mujer a la había sonreído en varias
ocasiones:Todos los jueves y viernes lo hacía. Una de esas tardes en que le tocaba sonreíle a la muchacha, la joven se arrojó a sus brazos. (La ciudad tenía más transeúntes de lo habitual y no puedo ver si era ella realmente la que lo abrazaba) Sorprendido, no supo como responder a tal acto. Ni siquiera atinó a decirle Buenas tardes. Ella comenzó a besarlo y él opuso resistencia. Ella le dijo que lo necesitaba, que debían vivir juntos, casarse y tantas otras cosas que él no retuvo en la mente ni por un segundo. No la escuchaba, parecía autista. Al no obtener respuesta, la mujer corrió en dirección norte hacia la avenida. Sin más, se arrojó a los automóviles. Al escuchar el caos del gentío, los bocinazos y una ambulancia que se aproximaba, se volteó y vio que efectivamente la extraña estaba muerta.Siguió su camino. Y a partir de ese día dejó de sonreírle a todas las mujeres. No fue para evitar suicidios, sino para que no confundieran caballerosidad con padre de familia.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home